¿Somos a una Sociedad Civilizada y Decente?

Víctor L. Rodríguez
 
Avishai Margalit, en su libro “La Sociedad Decente”, define una sociedad civilizada estableciendo que en ésta sus miembros no se humillan entre sí. Lo hizo para diferenciarla de una sociedad decente, que según el mismo autor, es aquella donde las instituciones no humillan a las personas. Una sociedad puede ser civilizada y no ser una sociedad decente. No es decente porque las instituciones humillan a las personas, pero es civilizada porque las personas no se humillan entre ellas.

Desde las consideraciones de Margalit, difícilmente la sociedad dominicana puede considerarse como una sociedad civilizada, pues las humillaciones entre sus miembros es un ejercicio cotidiano. Los lugares donde esto es más patente son en los espacios que corresponden a los peatones. Una mayoría de los que tienen vehículos se siente en una categoría superior de personas, como parte de una casta que puede estacionarse en las aceras y considerar como inexistente a todo aquel que tiene la necesidad de desplazarse en la ciudad como un viandante. De estos hay muchos que tiene pegadas a sus vehículos consignas por la educación, pero su comportamiento natural es no ser educado con el que anda a pies.

La triste condición de los peatones no se observa en estos, ni en su rabia, que comúnmente no existe, cuando no son considerados como personas; tampoco se advierte en los discapacitados más humillados. Se puede alcanzar un estado de equilibrio y de costumbre donde se puede estimar como natural ser degradado. El estado inferior del paseante en las calles de la ciudad de Santo Domingo se puede observar en la situación de desvalido en que se coloca aquel que teniendo un vehículo debe prescindir de él momentáneamente. Estos sienten que han pasado a la condición de intocables en la tradición hindú y se perciben como despojados de su condición humana. Todo se puede perder menos el vehículo, que también es símbolo de ostentación conspicua. El peatón no es gente.

En el caso de los peatones, la distinción más relevante para ver las humillaciones de las que son objeto es que estas vienen en gran medida de unos miembros de la sociedad hacia otros. Pero también hay toda una estructura sostenida por el Estado para la humillación de los peatones, lo que permite considerar que en tal condición un ser humano está irremisiblemente perdido. La gente puede hacer una campaña para limpiar las playas que de facto no son nuestras, pero nunca para pedir un transporte público decente.

Las mujeres que caminan por la ciudad y que montan vehículos de transporte público están para ser tocadas, sobadas y manoseadas en el hacinamiento de personas de los vehículos públicos. Los hombres, niños y mujeres están para ser prensados en un estrechamiento de latas de sardinas hasta sobresalir por las puertas de los minibuses en precario equilibrio y prácticas de malabarismo.

Las instituciones públicas sólo intervienen con su ausencia y por la virtud de no hacer nada o sosteniendo instituciones de propietarios que sirven de soporte para de la humillación del otro considerado inferior. A pesar de esto gritamos cuando nos consideran como sociedad fallida o si nos consideran una sociedad que no es civilizada.

En el caso de las instituciones, éstas existen para humillarnos a todos y en algún modo todos somos víctimas de entidades públicas y privadas que están para expoliarnos. En el caso particular de las instituciones públicas las mismas no se consideran al servicio de todos los ciudadanos, sino al servicio de la majestad de los funcionarios de turno. Éstas se instrumentalizan para ponerlas a disposición de una gozocracia que sólo beneficia aquellos que consideran que la virtud de gobernar no está en la posibilidad de hacer el bien mayor o en actuar para alcanzar el bien común, sino en el gozo y placer de mandar y obligar a los demás hacer lo que conviene para la reproducción de las condiciones que permiten la humillación de los individuos como súbditos de reyes y príncipes modelados en el absolutismo, sin considerarlos como ciudadanos con derechos que pagan sus remuneraciones. En un Estado así luchar en cualquier espacio para alcanzar una sociedad dominicana civilizada y decente es un ejercicio legítimo y un deber de todos los dominicanos.

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