Sentado en mi rincón.



Se suponía que todo era ritual. Nos conocíamos por cartas llenas de amor, saliendo de mí la primera y después de mí escribíamos los dos, donde yo ponía mis mejores palabras como un macho en conquista copiando unos versos, escribiendo algunos y plagiaba otros, para decirle todo lo que sentía. Ella entonces leyendo los versos decía que eran míos los mejores. Como hembra me respondía, y ejercía esa práctica hipócrita de todas las mujeres de hacer que uno se sienta el que conquista mientras ellas sólo ponen trampas como las serpientes para mordernos con una toxina que nos paraliza. Ella como sucede en todas las especie me elegía, pero yo no lo podía saber, yo la conquistaba.

Me dejaba ser en todas las formas varón. Yo que nunca había peleado tenía alguien por quien matarme, yo temeroso de toda la vida tenía que ser valiente y yo con un rastro de malas notas en toda mi infancia tenía que ser inteligente o de alguna forma aparentarlo. Me veía en la obligación de ir adelante como el líder de una multitud de dos, que en tiempos de lluvias tenía que darle mí capa o dejarle mi paragua. Si era estrecho el lugar para pasar la lluvia yo tenía que mojarme y tenía que ponerla a ella donde estuviera seca. Era mi deber conducir el carro y llevarla a cada sitio como si fueran su chofer e íbamos de compras y yo cargaba las cosas y ella como toda mujer compraba y yo trabajando oyendo cretinos pagaba.

Había un sistema de roles donde cada cual se ponía en su lugar. De ella esperaba que me atendiera, que preparara un café, que viera el estado de mi ropa, que se sentará conmigo algo callada mientras yo leía cualquier cosa abriendo los periódicos y que se paseara en la sala con poca ropa. Todo el sexo era una intimidad de tímidos donde yo tomaba la iniciativa y ella no dejaba de ser tímida, o por lo menos lo aparentaba, como conducta de mujer que atrapa, y arrastraba mis manos como quien no quieres la cosa algún lugar de su cuerpo y luego gritaba y gritaba y yo me sentía que ella lo había logrado, para salir creyéndome en todas las condiciones un hombre completo.

Todos esto lo que he dicho hasta ahora sólo lo pienso, no pudo ser, quedó trunco en un sólo día. Fuimos a un restaurant y nos sentamos. Era grande su popularidad, todos los meseros la conocían, hasta le decían un apodo del que yo no me había enterado. Nunca me había dicho que tenía ese nombre, que para mí era desagradable. Comimos bien, tomábamos buen vino y a pesar de los contratiempos que uno tolera cuando está de baboso detrás de una mujer diciéndole tales cosas para que ella se ría como si fuera una idiota y uno se sienta que es el protagonista del escenario pasándola bien. Todo hasta que uno se da cuenta.

Ella en esa escena del restaurant estaba en el primer plano, era mirada por todos como si tratara de la única luz en el mundo que llama la atención. Estaba luciéndose y siendo la estrella. Para ella  yo no era más que un extra de toda la escena, donde la reina se exhibe con el espledor y uno vive una ilusión. Ella había elegido la mesa, y cuando le señale la que había en un rincón, me dijo, no, y me agarró la mano, y raudo, de pronto, una mujer tímida como era me sentó en otra mesa. Estábamos en el sitio que ella conocía y yo en lugar donde me puso como un ser inocuo que no pintaba nada, pero que me creía ser para ella todo.

Concluyendo aquel momento desperté de súbito y supe yo quien era en todo ese escenario, el monigote que había sido y como ella me llevaba. Como eran inútiles mis afanes de conquista. Yo en ese sitio no era más que un ser a todos los fines inútil, que había preparado como ella quería todo el escenario. Me sentí poca cosa, frente a todas aquellas gentes que me ignoraban como si fuera algo menos que una cosa de la que no se habla de su existencia, porque a nadie le importa si existe o no.

Como hombre ufano de los últimos días me sentía pequeño. Yo no era nadie y veía su risa en cámara lenta mientras habla con un mozo sobre nombres que no estaban en los créditos y yo no me encontraba como protagonista en sitio alguno de esa escena, no había lugar para mí al lado de ella. Todo lo capte cuando llame al mozo y le pide la cuenta, y sólo yo no estaba enterado, sólo me enteré cuando él me respondió: la dama ya todo lo ha pagado. Eso era en ella más que acto de arrogancia y en la primera cita, en la primera cena donde hicimos presencia tuve que dejarla para mantener mi orgullo y todo lo que creía que iba a ser no fue y me siento aquí cada vez que ella viene, en el rincón donde le pedí que nos sentáramos.

Pasado los años, teniendo yo canas y siendo ella una señora que tienes sus encantos, me quedo en el rincón mirándola de lejos, y pensando en el amor que pudo ser como yo lo había creado. Me siento a ver un señor a su lado, en ese restaurant donde fuimos y del que hoy soy un asiduo, en el rincón donde realizaría mis sueños. Veo a ese señor a su lado como si viera mi pasado, mi futuro y mi presente, mientras todos los demás la ven a ella, cada uno en su rincón, donde ella ha dejado un amor trunco y un espectador.
VLR

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