La ausencia de la verdad en las narrativas sobre la masacre de 1937

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Víctor L. Rodríguez
Un día escuchaba una historia en la que se contaba que alguien vio a un sujeto que tenía una pierna del pantalón empapada de sangre, desde los bolsillos hasta el ruedo. Tanta era la sangre que chorreaba y parecía que el sujeto estaba herido, pero caminaba normal y no tenía dificultad alguna para hacerlo. La supuesta herida en ningún modo le afectaba. Se supo todo cuando alguien paró el individuo y le revisó el pantalón y los bolsillos. El resultado fue asombroso, todos quedaron sorprendidos, pero inmediatamente quedaron consternados unos, con miedo otros y el resto de la multitud quería matarlo.
La sangre no salía de una herida, sino de unos dedos humanos que el hombre llevaba en los bolsillos, donde los había guardado de repente cuando tuvo a punto de ser atrapado por la policía durante un atraco. Era un asaltante que minutos antes había atracado a una mujer y tenía los dedos de su víctima en el bolsillo. Los guardaba porque fue imposible sacarle los anillos con tiempo suficiente para huir sin ser atrapado y fue necesario hacerlo rápido con un cómplice que huyó. Actuaron de tal modo porque no había colaboración de parte de la víctima y los puso a coger lucha y tuvieron que ser drásticos y rápidos para poder huir.
Nadie sabe quién fue la victima a la que le cortaron los dedos, ni en los periódicos ni en la radio y la televisión hubo noticias de que alguien estuviera en un hospital con los dedos cercenados víctima de un atraco. Tampoco se tenían noticias de que alguien fuera apresado después de un asalto en el que se robaran unos anillos que lograron arrancar mutilando los dedos de su víctima durante un atraco que fue breve.
Los pormenores del caso sólo eran conocidos por quien contaban la historia, que pudo observar con sus propios ojos lo sucedido, pero no actuaba como testigo, contándole todo a las autoridades, porque uno no debe buscarse problemas con un asunto que ya pasó, porque el tipo fue atrapado. Lo único es que no se sabe del atracador es dónde lo llevaron y si confeso diciendo quien era su compañero. La persona atracada perdió sus dedos y nada se pudo hacer, pero de que pasó, pasó, eso lo puede uno jurar que sucedió.
No hubo atraco, era tan sólo una historia que se ha repetido a través de los años con diferentes escenarios y diferentes actores, pero el relato es el mismo.  Una historia igual se cuenta como sucedida en el año 1937, que ha sido descrito como un año de cosas insólitas. En la historia de un viejo, cuya identidad no fue revelada, no se sabe por qué o cuales fueron las razones, pero nunca se supo quién fue el viejo, pero éste contó la historia de un personaje llamado Lico. De acuerdo con la historia Lico después de haber estado perdido unos días reaparece agotado y sucio. Cuando le preguntó su compadre de dónde venía con tanto agobio, el mismo respondió que andaba por esos montes con la guardia, mientras se metía la mano en el bolsillo derecho que estaba sucio de algo rojo, casi negro.
El compadre le preguntó a Lico que llevaba y qué cuidaba tanto, ni corto ni perezoso sacó del bolsillo del pantalón ensangrentado un puñado de dedos con piel negra, cada uno con un anillo de oro. Eran dedos cortados de manos haitianas por Lico, para quedarse con los anillos. Se sabe, según el relato, que Lico era uno de los civiles que en Montecristi se brindó para ir a la caza de haitianos con los guardias de Trujillo. En un viaje tan largo Lico nunca se paró para separar los dedos de los anillos y deshacerse de ellos quedándose sólo con las sortijas antes de llegar a su casa. Al parecer quería exhibir los dedos como trofeos antes que el oro.
La historia de Lico la vi por primera vez en la recopilación de José Israel Cuello H. de los “DOCUMENTOS DEL CONFLICTO DOMINICO-HAITIANO DE 1937”, que es el título de un libro, que en la página 42, tiene un título o un capítulo de “Historia Lúgubre”, que se inicia con la historia de Lico, tomada de un fragmento del libro: “LA MATANZA DE LOS HAITIANOS”, de 1983, del autor Juan Manuel García. De este último libro hay una reedición.
Estamos en un continente en el que el presidente de un país enterró su pierna con todos los honores correspondiente a su investidura. Donde las historias fantásticas se inician antes y después del llamado descubrimiento, donde hay relatos de verdades inverosímiles. Hay que estar en cierto estado de sopor para ver manatíes convertidos en sirenas y hay que ser un historiador sesgado para asumir historia sobre hecho que como verdad no resisten un simple examen.
El imaginario no cabe en un texto que habla de hechos históricos, tampoco cabe lo que hubiera sucedido si no fueran esos los hechos. A veces los historiadores toman versiones de testigos que no serían aceptados en un tribunal, porque el testimonio de la abuela de un sociólogo, de 84 años, que a los once años oyó y nunca vio, que no fue testigo con respecto a los hechos, en lo que no estuvo presente, no son confiables. A falta de una historia se hace una fantástica y creíble para el auditorio de las historias de la mil y una noche, como la del atracador o una como la de Lico, que deben ser para el historiador inverosímiles.
De historias fantástica en América habló Gabriel García Márquez, en “La soledad de América Latina”.  Contando de gente que vio cerdos con ombligo en el lomo, pájaros cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, alcatraces con picos de cuchara, engendro de animal con cabeza y orejas de mula, camello con patas de ciervo y un indio que perdió la razón asustado por su propia imagen frente a un espejo. Todo eso fue contado con exhaustiva descripción en el discurso de aceptación del premio Nobel. Lo que decía el autor de “Cien Años de soledad” era que el realismo mágico estaba en la realidad y en la forma que fue contada.
Relatos semejantes cuentan en este país los historiadores cuando se refieren al insólito año de 1937. No basta con decir que en ese año hubo un crimen en el que fueron muchos los haitianos muertos. La historia se cuenta hablando de niños lanzados al aire y esperado con las bayonetas para traspasarlos, de haitianos obligados a abordar un barco para luego tirarlos en aguas marinas infectadas de tiburones, de partes de los cuerpos arrastradas por los perros en las calles de los pueblos y sobre cráneos colocados en las empalizadas. Quien cree en eso puede creer cualquier cosa. En el arsenal de armas usadas para la matanza que el historiador describe no aparece la bayoneta y tales armas fueron usadas para que nadie se enterara que los asesinos eran militares.
Se cuenta historias de guardias embriagados que mutilaban las orejas y manos de sus víctimas asesinada para apoderarse de sus alhajas, como el caso de Lico, y que cientos de haitianos fueron decapitados de tal modo que la Revolución Francesa quedaba fuera de las estadísticas ya que, en el año del terror, dicen los historiadores franceses, fueron decapitadas unas 17 mil personas. Mataban haitianos para robarle su ganado, con esto solo se puede pensar que los haitianos asesinados eran todos ricos. Al parecer personas llenas de alhajas que cuidaban sus ganados en estas tierras que los dominicanos robaban.
Un día de octubre de 1937 los guardias y reservistas cansados, cuando llegaron a Dajabón sin localizar un haitiano, saciaron sus ímpetus criminales matando las mulas a puñaladas. Guardias que en eran cuidadosos cortando los dedos de los haitianos asesinados para despojarlos de sus prendas mataban sus mulas como si no tuvieran valor alguno para luego hacer el trabajo de asesinar a pies, lo hicieron únicamente para saciar sus instintos criminales.
Donde hay más de un muerto hay estadísticas, así se cuentan los muertos de semana santa, los que mueren en las navidades, en los fines de semana y los que fueron asesinados en el año 1937, todas las cifras grandes que van desde 20 mil a 35 mil personas es para que los dominicanos no obtengamos el perdón en cielo alguno y además de vivir aquí no espere el infierno. Se cuenta en la historia que las cifras verdaderas de los haitianos asesinados están entre cinco mil y seis mil seres humanos, aunque los americanos hablaron de mil a cinco mil.  
Las cifras dicen poco si no las tomamos con hechos concretos de la historia contada. En una escuela con una matrícula de 105 alumnos, cuenta un historiador, fueron degollados 65 haitianos, el 62% de los matriculados, 40 estudiantes que se suponen eran dominicanos representaban el 38% y quedaron vivos y sin traumas. El historiador habla de una escuela que estaba en territorio dominicano.
En otra escuela con una matrícula de 110, que el historiador define como estudiantes étnicos, solo quedaron 2 que eran considerados dominicanos puros. El resto fueron asesinados, el 98%, apenas quedó vivo el 2%. Si tomamos la cifra más baja de haitianos asesinados, que dice la historia que fueron mil, en las dos escuelas señaladas mataron el 17% de todos los haitianos asesinados, con seis escuelas del mismo tipo Trujillo hubiera quedado satisfecho. Si la cifra de haitianos asesinados hubiera sido cinco mil, los de las escuelas representarían el 3%, en el caso de que hayan sido tres mil, el 6%. El leit motiv de la matanza es que fueron cientos y se pone en la partitura que fueron cientos y cientos.  A uno le quedan las dudas sobre todas las cifras que pasen de mil.
Todas esas fantasías están en el libro de “Historia General del Pueblo Dominicano”, Tomo V, de la Academia Dominicana de la Historia, que sólo expresa la soledad de este país. En la historia de pueblo dominicano de 1937, por insólito que sea, nunca se pondrá que quien ordenó asesinar a los haitianos términos sus días en el baúl de un carro, que cientos y cientos de dominicanos murieron tratando de derrocarlo y que se mantuvo en el poder hasta que los dominicanos lo mataron fuera de todo pronóstico, porque era el hijo de puta de quienes nos acusan con frecuencia en todos las cortes internacionales de maltratar a los haitianos, con todos sus agregados: xenófobos, racistas, asesinos y explotadores. Nunca se dirá que los haitianos hasta la matanza con Trujillo se llevaban muy bien que hasta tierras nuestras le dio, hasta que él los dejó.

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