La muerte es un sueño



A cualquier persona que le digan que este es el último día de su vida es muy inverosímil que haga lo que dicen los best seller de auto ayuda. La primera reacción de un ser humano se vio en un caso práctico muy conocido en el barrio donde vivo. Fue llorar y dar gritos. El hombre enterado de su muerte inminente, en veinticuatro horas ya iniciadas, empezó a llorar preguntándose por qué a él. Luego vino la negación: "yo no me voy morir", y comenzó a leer los libros de Coelho, Riso, Chopra y hasta uno de sexo fuerte al borde de la tumba, o cualquier otra mierda que le dijera cómo vivir una vida que perdería en menos de 24 horas.
Al mediodía se dio cuenta de que la cosa era en serio, que se iba a morir. Entonces se puso a dar consejos que nadie le había pedido, para controlar la vida de los demás aún después de muerto. Necia costumbre humana, si usted va salir del escenario deje a los demás vivir el tiempo que les queda como puedan y que se preocupen por aquello que les toca de la herencia.
Era ateo, pero de repente inicio una religiosidad hasta el punto de empezar a ver imágenes de santos y comprendió los misterios del catolicismo, la fe de la iglesia protestante y hasta la gordura del divino Buda, objeto de bullyng en todos los gimnasios. Al final blasfemaba porque se había quedado huérfano de una creencia para morir en ella. Ninguna doctrina servia para explicar la muerte y lo inútil que ésta hace la vida, ni las recetas libertarias ni el marxismo-leninismo. Tampoco el pensamiento luminoso del camarada Mao y de ningún modo el vitalismo filosófico o las blasfemias de Nietzsche, pero dijo imperceptiblemente, como hablan dramáticamente los que se están muriendo, que la única opción del mundo era el nihilismo.
Mientras seguía el drama de las últimas horas, bajo la superstición de que al moribundo que le compran la caja no se muere, les pidió a sus familiares que le compraran el ataúd antes de morir, quería ver el diseño y deseaba que fuera a su gusto. Era su último deseo. Con dos dolores punzantes en el estómago pronto supo que la compra previa del féretro no daba resultados. Entonces acudió al último recurso, una bruja del barrio de quien se decía había hecho milagros curando gripes malignas con una cosa que daba a beber. La pócima mágica terminó acelerando el proceso de la muerte con vómitos y diarrea. Una rezadora experta en muertes, con las que se ganaba la vida, dijo que la compra del ataúd sólo funciona si lo compran aquellos que deseando la muerte de alguien la quieren acelerar, nunca si lo compra uno mismo.  
Eran las ocho de la noche, no se sabía la hora de la muerte pero según los designios era antes de las doce. De ese día no pasaba. Se reunió la familia y uno por uno pasaron por el lugar donde estaba aquel que le quedaban pocas horas de vida. Todos en silencio porque porque una que opinaba dijo que el sentido del oído es el último que se pierde. En esto la gente no sabe si hacer un chiste o llorar. Una optó por ser graciosa, quería que el muerto se llevara una imagen que a juicio de los entendidos no le iba a servir para nada en el más allá, pero la chistosa quería que sea esa y le dijo:-“Has bajado de peso en pocas horas, dame la receta”. Los familiares la echaron, preguntándole cómo le dijo esa vaina a un hombre que se estaba muriendo. Ella pidió excusa, y dijo que no fue su intención ofenderle, sino hacerlo reír, hasta que el mejor cuerpo de la familia, que no sabía cómo pagaría el gimnasio después de las doce de la noche, le dijo: -“Podía haber dicho otra cosa, no que estaba gordo”.
A las once, de repente el moribundo se sintió mejor y pidió un trago y un cigarrillo. Nadie se hizo ilusiones, mejorar es una condición previa a la muerte inminente. Estaba tan bien que en muchas casas del barrio que lo suponían muerto hablaban de su curación y que hasta quería bailar y decían que eso de la compra previa del ataúd no falla. pero ninguna mujer en su sano juicio quería ser su pareja, como los caciques aborígenes se la podía llevar.

Tan pronto el empezó el baile con la más pequeña de la familia, que no sabía que pasaba, la mujer del hombre en fase terminal se fue a la cocina pues no tenia esperanza en una inefable e imprevista recuperación espontanea, porque en su casa el que se va a morir se muere y lo sabía desde que vio morir a un tío. sabía cuándo la muerte llegaba a una casa, y ella ya había hecho los planes de su vida futura que no incluían a quien a  hace unos minutos se veía como un muerto y ahora bailaba. Se sentó a esperar el desenlace, hasta que se quedó dormida. A la una de la noche estaba desnuda con quien que se suponía cadáver jadeando encima de ella, nunca quiso saber si ella también estaba muerta, si era un sueño nada más, y si era un sueño, quién lo estaba soñando. La única palabra que le sonaba en la cabeza era conformidad, conformidad...

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