Cambiar el dominio heterosexual por el dominio de género.
Víctor L. Rodríguez
Nadie puede presentar todos los
contenidos relacionados con el tema de la igualdad de género si no los expone de
tal forma que sean aceptables o por lo menos pasen desapercibidos cubiertos con
razones de igualdad entre hombres y mujeres escasamente explicadas. Todo se
refiere a un discurso igualitario o libertario que se asume con los mismos
modos que la izquierda asumía las doctrinas marxistas, las ideas de Lenin y el
pensamiento luminoso del camarada Mao Tse Tung. Todo con el objeto de vindicar
a la mujer, sustrayéndola de una relación de dominio en la que el hombre es el
protagonista opresión dominante, en vínculos de derechos asimétricos.
El discurso dominante sobre
géneros sólo puede relacionarse con el feminismo radical, que no ve el tema
sólo como una cuestión de igualdad, sino como un asunto político y como un tema
de control del poder político del cual dicen se derivan todas las desigualdades
de género. El género no es un tema propio de las mujeres sino del feminismo con
las reivindicaciones de lo que se denomina comunidad LGTBI y de un grupo de
mujeres de la clase media, jóvenes educadas, de universidades estadounidenses o
en aquellas que copian el discurso supuestamente progresista de una izquierda avanzada,
que asume la igualdad de género en la narrativa de sus dogmas, dejando al
margen los delirios de la igualdad económica que al parecer les fueron curados
con pócimas neoliberales que dan a beber a los otros en sus gobiernos.
En la cuestión relativa a los géneros
los referentes a la igualdad entre hombres y mujeres son formas de distracción
o discursos de diversión para ocultar pretensiones políticas mayores, que
conducen a transformar las instituciones públicas, para desde ellas imponer sus
doctrinas o ideologías sobre el género. Mientras el hombre se asume como culpable
de todos los pecados reales e imaginarios determinantes del dominio y la
subordinación de la mujer. El hombre se confiesa culpable pidiendo su condena, como
los juzgados con condenas previas en los tribunales estalinistas, asumiendo con
sentimientos de culpa por todas las vicisitudes históricas de las mujeres.
Las feministas radicales han
buscado la iglesia católica como su principal adversaria interlocutora porque
es una organización fundamentalmente de hombres, que tiene sus dogmas sobre el
hombre y la mujer y el sexo y los pecados de una parte de sus miembros. Así
reducen el debate a un tema entre curas y feministas, donde contraponen sus dogmas
de forma virulenta como tema propio de las radicales y los curas, del cual se
excluye al hombre común cuyos hijos van a la escuela y cualquier mujer que
piense distinto a las feministas cuyos hijos van a la escuela también.
La defensa del hombre frente al
feminismo radical ha venido de mujeres como Doris Lessing, un icono del feminismo
que ha abjuró de su forma actual. Cuando a Lessing le preguntaron sobre el
feminismo radical dijo: «Me preguntaba por qué debíamos pelear por la igualdad
despreciando sistemáticamente a los hombres. Un día, en una escuela primaria,
le escuché a una profesora joven decirles a sus alumnos (hombres) en clase:
"¡Todo es su culpa!" Un pequeño se puso a llorar. Me pareció
espantoso aquello.».
Lessing sobre el feminismo
radical decía: «Nunca me gustó el feminismo, ni en los años sesenta y
setenta, ni ahora. Siempre detesté ese lado antihombres de esas muchachas de
izquierda que odiaban a los tipos, al matrimonio y a los hijos. Eso es una
tontería y una pérdida de tiempo. Han
debido hacer las cosas de otra manera. El movimiento de liberación femenina
fue, de hecho, un error, con mucha energía mal encaminada. Y desde que se
volvió político explotó en pequeñas facciones. Era inevitable, pero las
feministas no comprendieron nada.».
Icono del feminismo, Lessing
terminó rechazando todo el feminismo políticamente radical y el ideal del
feminismo estéril de Simone de Beauvoir, que según Lessing
era una feminista que odiaba ser mujer y lo que conlleva serlo. Beauvoir rechazaba
ser mujer y actuaba como quien se enfada con el clima creando teorías para
negar su existencia natural, rechazando la menstruación en la realidad de ser
mujer como si fuera un designio social evitable. Lessing decía: «La
actual corriente feminista no me gusta nada. Es increíble el tiempo –el inútil
tiempo– que le dedican las mujeres a la política, a la ideología feminista.».
Christina Hoff Summers habla de
las dificultades de ser niño en la escuela de hoy, donde el estándar de
comportamiento aceptado tiene como referentes o arquetipos de las formas que
asumen las niñas y citando al psicólogo Michael Tompson, dice que la escuela
está tratando a los niños como niñas defectuosas. Mientras se pretende educar a
los niños en igualdad de género a nadie le preocupa el fracaso escolar de estos
y de la brecha de género que se está creando, sólo porque se trata del fracaso de
niños. Los jóvenes en la escuela están sacando las peores notas y tienen menos
posibilidades de ir a una universidad. Hoy la escuela no se preocupa por las
necesidades de los niños como tales porque son niños y lo que persigue es
estigmatizar los comportamientos que les son propios. Los niños llegan a las casas con notas en los
cuadernos por comportamiento y inapropiados sólo porque tiende hablar más que
las niñas y la escuela no se enfoca en los modos maneras que le son propios y
en sus necesidades.
El niño debe tratarse como sujeto
y debe ser educado sobre sexo y otros temas, al margen de todos los asuntos de
género planteado por un feminismo radical de izquierda, beligerante, que surge al final
de los años 60 y en los primeros años de los 70, que considera la relación
hombre y mujer y sexo conllevan un vínculo del orden político de dominación
patriarcal, más dominante que las clases como conceptos marxista y más
relevante que los modos de producción y las relaciones de producción.
Kate Millet, en su libro “Política
Sexual” definía política como «el conjunto de relaciones y compromiso
estructurado de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de
personas queda bajo control de otro grupo.» buscó demostrar que el sexo era una
categoría social marcada por la política.
Utilizando los conceptos de dominio y
subordinación, Millet establecía que apenas se discuten y ni siquiera se
reconoce la prioridad natural del macho sobre la hembra, aunque esta sea una
institución. Todo, según la autora, por una ingeniosa forma de colonización
interior más resistente que cualquier tipo de segregación y más uniformes que la
estratificación de clase, considerando que el dominio sexual es quizás la ideología
más profundamente arraigada en nuestra cultura cristalizando en ella el
concepto de poder.
Según Millet, desconociendo el papel
del hombre en la historia, todo se debe al carácter patriarcal de nuestra
sociedad y de todas las civilizaciones, que se determina en el hecho de que el
ejército, la industria, la tecnología, las universidades la ciencia la política
y las finanzas. Todas las fuerzas de poder, incluyendo el poder coercitivo de
la policía, se encuentra todo en manos masculina y dado que la esencia de
política es poder el hombre tenía un gran privilegio. Todo, la autoridad de
Dios y a sus ministros, los valores éticos, la filosofía y el arte de nuestra
cultura eran de fabricación masculina. Esto de Millet es como reivindicar y
reiterar la envidia freudiana del pene y que hubiese sido mejor un mundo de
hombres castrados.
La política de género en la escuela lo
que busca, usando sus propios términos, es la colonización interior temprana
del hombre, arraiga en el hombre sentimiento de culpa por ser fuerte y audaz y por
ser capaz de cambiar el mundo con todos los otros seres detrás. Toda la igualdad que hoy existe se ha
realizado con el hombre como vanguardia y por el hombre. Las mujeres que
conocieron la virtud de trabajo y la independencia económica la entendieron
mientras los hombres morían en la guerra haciendo libertad. Era mejor quedarse
protegidas y lejos de las playas de Normandía.
El tema del feminismo radical es
quitar poder al hombre, es pensar las relaciones personales entre hombre y
mujer en términos políticos. Así dice la consigna de Carol Hanisch, “Lo
personal es político”, son los demonios de la izquierda fracasada que asumen la
relación entre hombre y mujer no en termino de igualdad, sino en termino de
poder político desigual a favor de las mujeres y todos los espectros
comprendidos en el concepto de género. Poder que las feministas radicales
pretenden conseguir a través de la creación de sentimientos de culpa en el
hombre por todo el peso histórico de conducir el mundo donde está, por encima
de todos sus errores, donde las mujeres son más iguales que nunca.
No hubo una sola mujer en la
construcción de la vía férrea que cruzo los Estados Unidos de América o la
Siberia rusa y tampoco hubo una construyendo las pirámides de Egipto y fue el
instinto del ser libre primero en los esclavos antes que en las esclavas y los negros
linchados que colgaban como frutos en los árboles estadounidenses eran hombres,
no mujeres. Fueron importantes las
mujeres en Esparta que enviaban sus hijos a la guerra diciéndoles que llegaran
por encima o debajo del escudo.
La igualdad genero no es la igualdad
entre hombre y mujer. El género es una construcción que nos quiere imponer como
biológica y natural, replanteando las relaciones heterosexuales y estableciéndola
como un asunto de dominio y subordinación política y no como un vínculo normal,
sino indicado sólo como habitual. Un juego de palabras que pretenden engañar a
los desprevenidos. Todo el lenguaje de la ordenanza No. 33-2019, nos lleva al
manejo político de las instituciones para desarrollar en la sociedad los
propósitos de la doctrina o ideología de género y crear una masculinidad de hombres
avergonzados de ser tales, por todos los pecados que le atribuyen mujeres
lesbianas como Kate Millet y Judith Butler, que no quieren ser mujeres como
Simone de Beauvoir o transexuales como A R Connell. Nadie puede hacer presente
descontextualizando los hechos históricos para hablar en estos tiempos de ser iguales.
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