Pragmatismo y metas políticas
Víctor L. Rodríguez
En este país en el que
hay muchas cosas que decir uno no sabe sobre que escribir. Todo es tan
predecible y el futuro es tan cierto que nuestra capacidad para influir en la
vida cotidiana y en los actos trascendentes de nuestro país parece precaria. En
este estado de certidumbre uno se vuelve silencioso y pragmático para esperar
lo inevitable.
Pragmático es una
palabra adecuada para uno esconderse y decir que se comportar de acuerdo con
los tiempos. Cuando a uno de nuestros políticos se le pregunta cuales son las
ideas que guían sus acciones dice que es pragmático, o que tiene una visión
gerencial de los problemas, lo que concluye en lo mismo. Son hombres eminente
práctico que sólo se llevan de realidades. Ahora, si uno ve bien las cosas,
parece que pragmático es todo aquel que tiene una meta inconcebible en el
marco de la decencia y de la responsabilidad más allá de lo que le es propio.
El pragmático como un
hombre que entiende los hechos no se anda por los ramos, con historias
ficticias o leyendas, es el hombre que se la sabe toda. El que sabe cómo
abordar cualquier asunto. Así el pragmático
es diestro, versado, hábil y experimentado, que sabe cómo ver los problemas y solucionarlos.
El pragmático es un hombre que resuelve. El que sabe que un hombre decente no
sirve para traer gentes ni para hacer campaña.
Emmanuel Kant llamó
pragmático el conocimiento que servía para la vida, diferenciándolo del
conocimiento académico. El filósofo de Königsberg definía como pragmático a
todo aquello que producía bienestar. Este último concepto puede ser difuso e
ininteligible pero hemos llegado a la simpleza de que el bienestar sólo se
alcanza haciéndose uno rico. Porque el dinero se ha convertido en la medida de
todas las cosas y sólo tiene virtudes el hombre que tiene riqueza.
No era así en otros
tiempos. Siempre ha sido costoso llevar una guerra en contra del mal y el
dinero falta para inducir a muchos a la vida cristiana, pero si se anuncia una
donación a la iglesia se debe preguntar de su origen, de quien la hace y de
donde viene. Esto se hacía antes, ahora no, más que cristiano es pragmático
tomarla sin preguntar. Nadie actúa como las congregaciones de Boston en 1905, que recibiendo una donación de cien mil dólares,
de John D. Rockefeller, la indignación corrió como corriente eléctrica,
surgiendo las preguntas del reverendo Washington Gladden, que hoy nadie se hace: «¿Es
dinero limpio? ¿Habrá un hombre, una institución, que, sabiendo su procedencia,
lo toque sin mancharse?».
Los protestantes de la
escena relatada, según lo describen Peter Collier y David Harowitz, objetaban
la riqueza acumulada con métodos despiadados, propios de los barones ladrones
de la edad media. La fría brutalidad con que se arruinaban las propiedades, se
destruía la seguridad y se esquilmaba de sus humildes pertenencias a ciento de
personas, con el sólo propósito de amasar fortunas multimillonarias que
presentaban con todo su espanto la clase de monstruo en que es capaz de
convertirse el ser humano. Desde esa época el término «dinero sucio» pasó a ser
parte del habla del hombre común.
En la vida del
pragmático las ideas fruto de las abstracciones y las de pura especulación, las
carentes de fines inmanentes al dinero, las filosóficas, las relativas a la
grandeza una nación y a su existencia es propias de hombres inútiles, de orate
sin metas, que no pretende llegar y se han quedado. Todo el mundo emprende con
un fin pecuniario. Los problemas se resuelven uno por uno y día por día y nada
es apriorístico ni de especulación intelectual. Se rechaza cualquier cosa que
trascienda a lo cotidiano, todo se repite en secuencias erráticas dejando la
impresión que se hace referencia a hechos distintos cuando el tedio de la
monotonía nos hace entender que estamos en lo mismo. Todo se vuelve medio e
instrumento sin fines relevantes pues los propósitos son pocos si las metas trascendentes
sólo se reducen a uno ser rico y cuando todos los argumentos son tácticos y
vinculados a esos fines.
Todo queda reducido a
fines instrumentales que no son fines en sí mismo, que sólo pueden servir para
alcanzar otros, que no pueden ser como la reelección el único propósito nacional,
aunque sea un objetivo práctico para desde él alcanzar otras metas que sean
trascendentes. El político debe ver cuáles son las metas más remotas, las que
tienen como objeto final la grandeza de la nación, no los propósitos inmediatos
de hedonícrata cuyos objetivos se reducen al placer de mandar y poseer y no al de
hacer el bien mayor.
El dilema entre
propósitos inmediatos y metas trascendentes que hacen grande a un país no es
nuevo. James McGregor Burns, en su libro: «Gobierno Presidencial», señala: «Cuanto
más se concentra un líder político en su objetivo inmediato, más se limita su
capacidad de planear o influir sobre fines más remotos, que pueden resultar
importante para él; fines que en verdad, pueden ser la única justificación de
los fines instrumentales sobre los cuales se está concentrado». Son los fines
esenciales y no los instrumentales los que pueden justificar cualquier medio
que sirva para procurar la grandeza de la nación. Pero los fines que justifican
los inmediatos en este país no están suficientemente explícitos y a priori cualquier ciudadano puede concluir
en que son otros.
Mientras tantos, descrita
por el mismo autor citado en el párrafo anterior, tomemos la paradoja de
Lincoln: «Cuanto más cautivo se vea el Presidente de las presiones inmediatas
ejercidas sobre él, más puede llegar a alejarse de los problemas de largo
alcance, de mayor significación, pero más remotos de su tiempo. Cuanto más
práctico, pragmático y operacional llegue a ser, más se convierte víctimas de
los acontecimientos, en lugar de ser el conformador de ellos, y cuanto más
creciente es el poder presidencial para lidiar con crisis inmediatas, más
abierta e irresoluta deja la relación entre la poderosísima instrumentalidad de
la presidencia y los valores y metas del pueblo norteamericano». Mutatis
mutandis, tal paradoja es perfectamente entendibles cuando se observa este país
y en cada sitio te hablan de los temas inmediatos impuestos desde arriba.
De ese modo, si todo se
determinará de forma recurrente por metas inmediatas e instrumentales como la
reelección, o si los objetivos a conseguir son los del orden pragmático y los
propósitos se van a reducir a fines tácticos donde se convierte en relevante el
tigueraje, con el objeto alcanzar metas espurias para después asombrarnos de
los resultados y de la muerte de un hombre decente, si ni siquiera tenemos idea
sobre el futuro de la nación que queremos y sobre las garantías de su propia
existencia, parece útil ver esto con ojos de pragmático y sentarse a esperar
que pasa, pero no nos podemos quejar, es nuestra decisión no hacer nada.
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