El Cuidado de las Lagrimas

Víctor L. Rodríguez

Dado que las lágrimas a lo largo de la vida son insuficientes, y suelen perderse con los años, las personas deberían guárdalas para momentos relevantes. Las lágrimas deben de ser como un traje para eventos importantes, inclusive para las razones egoístas de nuestras propias frustraciones. Pero respeto aquellos que las venden. Los que lloran cuando conviene y manifiestan penas que no sienten siempre y cuando sean redituables. No me refiero a las lloronas de velorios de pobres, pagadas con las pecunias obtenidas en la venta del traje inédito del difunto. Mientras él se encuentra desnudo debajo de una sábana con una pesa en sus genitales para evitar que el rigor mortis desdiga de su vieja disfunción eréctil, porque hoy se duda hasta de la calidad del hielo de los muertos. Respeto a los miméticos con las cuitas de los plutócratas, los compungidos hasta el estreñimiento y los que hacen de guardia de honor al lado de cualquier féretro telegénico para dejar constancia y evidencia de que siempre acuden en los momentos difíciles. Que quizás no lo fueron ni lo son, porque: ¡Al fin el maldito viejo dejó el control de las cosas! Hablo de aquellos que en la funeraria alternan chistes con melodramas y frente a cada familiar cercano al muerto su cara cambia como un semáforo, los que salen y entran en escena y abrazan y vuelven abrazar sintiendo la muerte de un desconocido y en cierto modo triste porque el muerto es otro y de la misma forma alegres porque no son ellos.

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