El Emisario de un
Estado Clandestino
Víctor Leonardo
Rodríguez
A finales de agosto de
1939 Jan Kozielewski estaba haciendo
planes para un futuro que nunca existiría. En sólo días, al mes siguiente, el
mundo en el que había configurado el resto de su vida estaba destruido y su destino
se volvió imprevisible y errático, fuera de su control, como si estuviera en
manos de dioses trágicos. En el momento
que él mismo se observaba como un demógrafo científico podía acostarse
despreocupado, sólo con un pequeño insomnio por la ansiedad de los muchos
planes y la cita concertada con una de las hermanas de su amigo portugués,
pensando que el día siguiente sería como el de hoy, con sus pequeños cambios, y
el de pasado mañana como el día siguiente, sólo haciendo los suaves ajustes de
los imprevistos en días repetibles. Pero la pesadilla empezó a penas cerro los
ojos.
Un mensajero tocó la
puerta principal de la casa Kozielewski para entregarle una hojita de papel que
era una orden secreta de movilización, donde se le solicitaba reportarse a su
regimiento como subteniente de artillería del ejército polaco. La orden, por su
carácter, era para no decirla a terceros, pero como el que va a un viaje de
paseo se la reveló a su familia cercana, y se hicieron los preparativos para
una estadía breve que no requería llevar mucha ropa y que en última instancia
iba a ser divertida por los ejercicios y práctica equina. Sólo en los trenes
supo Kozielewski que iba para la guerra y que probablemente nada iba a ser como
antes.
El primer día de
septiembre de 1939 Alemania atacó a Polonia, y el ejército polaco fue derrotado
en poco tiempo y nada quedó de él. Los soldados que pudieron escapar del primer
ataque enemigo pronto cayeron en manos de otro enemigo, y siendo derrotados por
el ejército de una nación tuvieron que rendirse ante el ejército de una nación
distinta. Los que huyeron derrotados por los alemanes terminaron como
prisioneros del ejército ruso y los que escaparon del ejército ruso lo hicieron
para ser prisioneros de los alemanes. Todo era parte de la toma concertada del
territorio polaco.
Tal fue el destino de Kozielewski,
que huyendo de los alemanes fue prisionero de los rusos y se escapó de estos
para luego ser prisionero de los alemanes con el único dilema de cuál de los
dos enemigos era peor. Después de escaparse de los rusos y caer en manos de los
alemanes Kozielewski añoró las prisiones rusas, pero todos los oficiales
polacos que estuvieron con él, y no escaparon de los rusos, habían terminado
muertos.
Kozielewski escapo de
nuevo de los alemanes y caminó leguas y kilómetros para integrarse a un ejército
que se enteró no existía y luego huyó en búsqueda de la capital del país, el
único refugio donde su vida podía tener sentido. Encontró uno ciudad destruida
en todas sus partes, pero continuó su búsqueda, y debajo de los escombros de
Varsovia halló una Polonia clandestina,
una que se mantenía viva a pesar de la hecatombe y de las derrotas. Un Estados
clandestino cuya historia sería narrada por él, pero reencarnado en el soldado
de la resistencia polaca Jan Karski, que también se llamó Kurcharski en su
primer bautizo clandestino.
Fue Karski, o el agente
Witold, él era uno u otro, de los primeros testigos del exterminio de los
judíos del gueto de Varsovia, y fue quizás, el primer emisario que expuso la
situación de los judíos fuera de los países ocupados, comunicándosela a los
ingleses, y a Rooseverlt, a éste en una conversación, el 28 de julio de 1943, de
la que salió fatigado como el que termina una jornada de trabajo de forma
concluyente, y que siente que algo ha llegado su fin. Esta historia fue escrita
por Jan Karski en el libro “Historia de un Estado Clandestino”, que debió ser
una película por sus riesgos y emociones, pero sólo pudo ser un gran
libro.
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