Virtudes
de los poderosos
Victor
L. Rodriguez
Estamos
en la época de la insensibilidad. El tiempo que transcurre es tan estéril como
muerto. Nuestra vida acontece en un escenario de tal pobreza en el que no se
puede sentir por falta de tentaciones. Somos una especie radicada en un erial de aridez ridícula
y de pantomima donde se simulan hasta los afectos. En tal modo somos pobres, que no
cantamos aun teniendo el canto y cada arrebato es sólo un simulacro con el que
nos enteramos que estamos solos, sin cómplice alguno, y que en cierto modo
somos muertos.
No
hay una sola pretensión de superar los cielos y de practicar el sublime acto de
no realizar nada. En tal forma hacemos, que concluimos en un vacío donde ni
siquiera está la nada como un devenir concreto que se pretende con la filosofía.
Los fines trascendentes ni en abstracto
los tenemos, sólo poseemos un norte simulado y con un dolor más que trágico de
una comedia, que sólo ofrece el leit motiv de
estar vivo para fagocitar dinero.
Carecemos de los delirios imperecederos de pretender abrazos, caricias y besos. No tenemos la noción de que alguien existe como el otro, distinto, y por él saber que no muero porque lo necesito, para hablar, sólo para hablar sin decir nada, sin pretensiones exculpatorias o de que alguien nos comprenda. Nada más para lucubraciones con las pendejadas, donde nadie esta obligado ni se pretende ganar nada.
Carecemos de los delirios imperecederos de pretender abrazos, caricias y besos. No tenemos la noción de que alguien existe como el otro, distinto, y por él saber que no muero porque lo necesito, para hablar, sólo para hablar sin decir nada, sin pretensiones exculpatorias o de que alguien nos comprenda. Nada más para lucubraciones con las pendejadas, donde nadie esta obligado ni se pretende ganar nada.
Tenemos una vida de diseño porque no podemos construir la nuestra, y más que la impronta de haber vivido, como ganado que pertenece a alguien, tenemos marcas. Estas al distinguirnos nos satisfacen, como individuos en series respecto a las cuales es difícil ser uno y ser otro.
En
las escenas vividas de ejercicios trágicos, es doloroso escuchar a hombre hablar
de su mujer con tonos tan distantes, como el de honorable y también de dama,
nombrándola por su apellido para refutar intimidad y la execrable debilidad de amarla, para que no se pueda denotar el impredecible lugar donde él la toca como lugar donde la besa porque eso no es
verdadero pero tampoco real. Ella por
nada a él le dice marido, amante y su hombre, como parte de un contrato de
divino sacramento en cualquier lugar le llama esposo.
Los
que son partes de un contrato después de concluido en ningún lugar se llaman
parte, pues una vez firmado se llaman por sus nombres, pero lo que siguen la
simulación de un contrato castrado de amor y plagado de intereses, y por demás
divino, suelen ser por siempre parte de la razón obligada. Esas son las virtudes
de los poderosos, pueden hacer que él otro quizás sea lo que ellos quieren, pero ellos nunca pueden ser, y terminan por crear vacios donde ellos, como nosotros, mueren.
"Somos una especie radicada en un erial de aridez ridícula y de pantomima donde se simulan hasta los afectos". Así escribiste y yo, leyéndote, quise tenerte cerca para apretar tu mano y asentir. Estoy en las últimas páginas de una novela de Kadaré, El accidente, un autor que me gusta mucho. Hay una parte en la que habla de la simulación del ser humano tomando la dictadura de Hoxa como pretexto: "Por lo general, la gente finge ser fiel antes que renegada". "Harto del amor de sus fieles, pretendía ahora el otro, en apariencia imposible, el amor de los traidores"
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